lunes, 22 de abril de 2013

En el laboratorio...

Fuimos a trabajar al laboratorio de ciencias. Observamos distintas clases de semillas. Las identificamos. Cortamos algunos frutos para ver cómo son sus semillas, y los dibujamos. Nos gustó mucho ir al laboratorio. 

viernes, 19 de abril de 2013

Plantando

Después de investigar sobre las semillas, cada uno elegíó que semillas quería plantar.
Las llevamos a casa para cuidarlas.





miércoles, 17 de abril de 2013

Escribiendo

Los chicos se juntaron según sus interes para escribir las características de los personajes de la película "El Lorax y la trúffula perdida".

Luego copiamos lo que cada grupo escribió en el pizarrón y lo corregimos entre todos.



lunes, 15 de abril de 2013

Pelo Loco

Para hacer un "Pelo Loco" necesitamos:

*Media de nylón
*Aserrín o arena (puede ser tierra también)
*Semillas de alpiste
*Botones, lana, lentejuelas, etc. para decorar.

Les dejo dos videos dónde pueden ver cómo se fabrican los "pelo loco". Por si no pudieron venir a la escuela el martes.

Germinador en forma de Pelo Loco

Cómo hace un Pelo Loco

Papis: pronto verán nuestros "Pelo Loco".

domingo, 14 de abril de 2013

Caperucita Roja, no hay una sola.

Tenemos que darles una noticia...
Caperucita Roja no hay una sola.
Sí, como lo están leyendo, no hay una sola versión de Caperucita Roja. Y tenemos pruebas.
Les dejamos algunas versiones que encontramos para que las lean.

Caperucita Roja de Gianni Rodari 
 
- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
- ¡No Roja!
- ¡AH!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: "Escucha Caperucita Verde..."
- ¡Que no, Roja!
- ¡AH!, sí, Roja. "Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata."
- No: "Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel".
- Bien. La niña se fue al bosque y se encontró a una jirafa.
- ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no a una jirafa.
- Y el lobo le preguntó: "Cuántas son seis por ocho?"
- ¡Qué va! El lobo le preguntó: "¿Adónde vas?".
- Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió...
- ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
- Sí y respondió: "Voy al mercado a comprar salsa de tomate".
- ¡Qué va!: "Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino".
- Exacto. Y el caballo dijo...
- ¿Qué caballo? Era un lobo
- Seguro. Y dijo: "Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle".
- Tú no sabes explicar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
- Bueno: toma la moneda.
Y el abuelo siguió leyendo el periódico.

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Caperucita Roja de Roal Dalh

Estando una mañana haciendo el bobo

le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,

así que, para echarse algo a la muela,

se fue corriendo a casa de la Abuela.

"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
la pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Este me come de un bocado!"
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!"
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!"
que aquí llamaba al Bosque la alimaña
creyéndose en Brasil y no en España.
Y porque no se viera su fiereza.
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!. "Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista", dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente,
Caperucita dijo: ¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!".
el Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revolver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.


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 Caperucita Roja, de Triunfo Arciniegas.

Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.

Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.

–¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?

Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:

–Quiero regalarte una flor, niña linda.

–¿Esa flor? No veo por qué.

–Está llena de belleza –dije, lleno de emoción.

–No veo la belleza –dijo Caperucita–. Es una flor como cualquier otra.
Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.

–Mira mi reguero de lágrimas.

–¿Te caíste? –dijo–. Corre a un hospital.

–No me caí.

–Así parece porque no te veo las heridas.

–Las heridas están en mi corazón -dije.

–Eres un imbécil.

Escupió el chicle con la violencia de una bala.

Volvió a alejarse sin despedirse.

Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre se estiraba hasta alcanzar una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta. Me quedé toda la tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado pero no encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más desmigajado que una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui hasta el pueblo y me tomé unas cervezas. "Bonito disfraz", me dijeron unos borrachos, y quisieron probárselo. Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.

Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.

–¿Vas a la escuela? –le pregunté, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de juguete.

–Estoy de vacaciones –dijo–. ¿O te parece que éste es el uniforme?

El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.

–¿Y qué llevas en el canasto?

–Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?

Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.

–Corta un pedazo.

Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón.

–Es un experimento –dijo Caperucita–. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres.

Y me dejó tirado en el camino, quejándome.

Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.

–La receta funciona –dijo–. Voy a venderla.

Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento para que me instalaran un silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:

–Cómete a la abuela.

Abrí tamaños ojos.

–Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.

No podía creerlo.

Le pregunté por qué.

–Es una abuela rica –explicó–. Y tengo afán de heredar.

No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.

Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores.
Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer, mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.

Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la historia.

Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.

Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.


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Caperucita Roja 

(recopilado y escrito por los hermanos Grimm)


Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: "Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, "Buenos días," ah, y no andes curioseando por todo el aposento."

"No te preocupes, haré bien todo," dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él. "Buenos días, Caperucita Roja," dijo el lobo. "Buenos días, amable lobo." - "¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?" - "A casa de mi abuelita." - "¿Y qué llevas en esa canasta?" - "Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse." - "¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?" - "Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto," contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: "¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente." Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: "Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas."

Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: "Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora." Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. "¿Quién es?" preguntó la abuelita. "Caperucita Roja," contestó el lobo. "Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor." - "Mueve la cerradura y abre tú," gritó la abuelita, "estoy muy débil y no me puedo levantar." El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: "¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita." Entonces gritó: "¡Buenos días!," pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. "¡!Oh, abuelita!" dijo, "qué orejas tan grandes que tienes." - "Es para oírte mejor, mi niña," fue la respuesta. "Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes." - "Son para verte mejor, querida." - "Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes." - "Para abrazarte mejor." - "Y qué boca tan grande que tienes." - "Para comerte mejor." Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. "¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!" dijo él."¡Hacía tiempo que te buscaba!" Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: "¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!," y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: "Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer."

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Y por último les dejamos para que lean la versión de Luis maría Pescetti. Esperamos que la disfruten en familia.

*Caperucita-Roja-Tal-Como-Se-Lo-Contaron-a-Jorge. De Luis-Maria-Pescetti



Los números del 100 al 1.000

100 cien
200 doscientos
300 trescientos
400 cuatrocientos
500 quinientos














600 seiscientos
700 setecientos
800 ochocientos
900 novecientos
1.000 mil

El Lorax, y la trúffula perdida.

Estamos viendo la película "El Lorax y la trúffula perdida".

Les contamos quienes son sus personajes:

  • El Lorax: tiene bigotes, es un poco peludo, le gustan los árboles y es el guardián del bosque.
  • Ted: tiene moto, usa casco y anteojos, tiene 12 años y está enamorado de Audrey.
  • Audrey: tiene pelo naranja, le gustan los árboles, está en la secundaria, tiene ojos marrones.
  • El-Una-Vez: es bueno, tiene barba y cabello gris, es quién cuenta la historia.
  • O'Hare: es malo, chiquito, tiene pelo corto y negro, vende aire fresco.
  • Abuela Norma: tiene pelo blanco, usa bastón y ayuda al nieto.
  • Mamá de Ted: es una señora con pelo marrón.
Pronto les contaremos la trama de la película.

Los números del 10 al 99

10 diez
30 treinta
50 cincuenta
70 setenta
90 noventa
11 once
31 treinta y dos
51 cincuenta y uno
71 setenta y uno
91 noventa y uno
12 doce
32 treinta y dos
52 cincuenta y dos
72 setenta y dos
92 noventa y dos
13 trece
33 treinta y tres
53 cincuenta y tres
73 setenta y tres
93 noventa y tres
14 catorce
34 treinta y cuatro
54 cincuenta y cuatro
74 setenta y cuatro
94 noventa y cuatro
15 quince
35 treinta y cinco
55 cincuenta y cinco
75 setenta y cinco
95 noventa y cinco
16 dieciséis
36 treinta y seis
56 cincuenta y seis
76 setenta y seis
96 noventa y seis
17 diecisiete
37 treinta y siete
57 cincuenta y siete
77 setenta y siete
97 noventa y siete
18 dieciocho
38 treinta y ocho
58 cincuenta y ocho
78 setenta y ocho
98 noventa y ocho
19 diecinueve
39 treinta y nueve
59 cincuenta y nueve
79 setenta y nueve
99 noventa y nueve














20 veinte
40 cuarenta
60 sesenta
80 ochenta


21 veintiuno
41 cuarenta y uno
61 sesenta y uno
81 ochenta y uno


22 veintidós
42 cuarenta y dos
62 sesenta y dos
82 ochenta y dos


23 veintitrés
43 cuarenta y tres
63 sesenta y tres
83 ochenta y tres


24 veinticuatro
44 cuarenta y cuatro
64 sesenta y cuatro
84 ochenta y cuatro


25 veinticinco
45 cuarenta y cinco
65 sesenta y cinco
85 ochenta y cinco


26 veintiséis
46 cuarenta y seis
66 sesenta y seis
86 ochenta y seis


27 veintisiete
47 cuarenta y siete
67 sesenta y siete
87 ochenta y siete


28 veintiocho
48 cuarenta y ocho
68 sesenta y ocho
88 ochenta y ocho


29 veintinueve
49 cuarenta y nueve
69 sesenta y nueve
89 ochenta y nueve


sábado, 13 de abril de 2013

Las plantas: usos.

Las plantas tienen muchos usos.

La mayoría de ellas son necesarias para fabricar:
*telas
*tintas
*muebles
*perfumes
*papel
*remedios

Además, las plantas son la base de nuestra alimentación.

¿Qué partes de las plantas comemos?
 

HOJAS RAÍCES FLORES FRUTOS TALLOS
lechuga zanahoria alcaucil zapallo
ajo
acelga remolacha coliflor tomate papa
espinaca rabanito brócoli naranja espárragos
rúcula batata
manzana cebolla
repollo mandioca
limón jengibre

Las plantas: partes.

Las plantas son seres vivos, como los animales y las personas.
Usan la luz del sol, el agua, la tierra y el aire para alimentarse y crecer.
No pueden emitir sonidos ni desplazarse.

Flor:

Fruto: es la parte de la planta que generalmente comemos y que tiene la semilla adentro.

Semilla: es la parte del fruto que permite que se origine una nueva planta.

Hoja: es la parte de la planta donde se realiza el proceso de fotosíntesis.

Tallo: es el cuerpo principal de una planta que sostiene las ramas, hojas y flores.

Raíz: es la parte de la planta que ayuda a sostenerla y también obtienen alimento y agua.

Poesías, rondas y canciones.

Acá les dejo la letra de  "Sobre el puente de Aviñon" para que la puedan cantar junto a sus familias.

Sobre el puente de Aviñón
todos bailan, todos bailan.
Sobre el puente de Aviñón
todos bailan y yo también.
Hacen así...
así las lavanderas
 Hacen así...
así me gusta a mí.

Sobre el puente de Aviñón
 todos bailan, todos bailan.
Sobre el puente de Aviñón 
todos bailan y yo también.
 Hacen así ...
así las planchadoras.
  Hacen así...
así me gusta a mí.

Sobre el puente de Aviñón
 todos bailan, todos bailan.
Sobre el puente de Aviñón 
todos bailan y yo también.
 Hacen así ...
así las costureras.
  Hacen así...
así me gusta a mí.

Sobre el puente de Aviñón
 todos bailan, todos bailan.
Sobre el puente de Aviñón 
todos bailan y yo también.
 Hacen así ...
así los zapateros.
  Hacen así...
así me gusta a mí.

Recuerden que la canción puede seguir si le agregan diferentes profesiones y las imitan. 
Espero que se diviertan junto a sus familias. 
Buen fin de semana.


Papis: les proponemos que nos cuenten cualés eran las canciones que cantaban cuando iban a la escuela.